Al nacer comprendió su objetivo vital. Y al comprenderlo lo puso en marcha. Sus manos tendrían que derretir los hielos que amurallan a los seres humanos. Sin violencia, sin angustia, armada tan sólo de sus manos vacías de artificios pero rebosantes de calor, y sabiendo que el tiempo sería a la vez su aliado y su enemigo. Paciencia.
Lustros pasaron y ella seguía con las manos rozando el frío, derritiéndolo a base de ínfimas caricias plenas de amor.
Poco a poco el muro se va haciendo más estrecho y ya se pueden ver colores desenfocados al otro lado.
Las tempestades la rodean, las noches la acompañan, el silencio es la melodía que sus hermosos oídos paladean, la soledad es su amiga más preciada.
Y ella, impertérrita, inmune a la dolorosa periferia, centrada en su único objetivo.
Ya falta menos, mi amor.
Juan Carlos Pascual
No hay comentarios:
Publicar un comentario