miércoles, 15 de agosto de 2012

HUMANOS TEÑIDOS DE AMOR, UNA HISTORIA REAL

sin_título-24-2

Hace unos días me llegó un mensaje al móvil.  Era Amaia, una amiga, preguntando si me podía dar una idea para escribir un relato.  Se me pusieron los ojos como platos. 
-Claro que sí!!! – contesté.  Además, justo ahora que me siento desinspirado, a ver qué me propone.
Me explica que está desayunando en una cafetería y hay una pareja bastante especial.  Un señor y una señora que toman café con un osito de peluche cada uno puesto en la mesa.  La señora da besos al señor.  Amaia hace una foto con su móvil a escondidas y me la envía.
Me digo que eso tengo que verlo con mis propios ojos y quedo con ella los siguientes días para desayunar en el mismo sitio.

El primer día llego tarde debido a un curioso “incidente” que contaré otro día en este blog.  Cuando me siento en la cafetería la pareja se está marchando.  Esto me sirve para percatarme de que él va en silla de ruedas y ella necesita un andador.

El segundo día da para más.  LLevo la cámara y hago varias fotos, aunque bastante lejanas.  Durante el rato que estoy con el café varias personas del barrio se detienen para cruzar unas palabras con la pareja.  Son queridos.  Me entero entre medias que la mujer suele pedir en la calle.
En un momento dado sacan los peluches y juegan un poco con ellos.  A esas alturas ya me han ganado.

El tercer día Amaia y yo decidimos sentarnos en la mesa de al lado.  Nos dan los buenos días.  Yo aposento la cámara en la mesa apuntando hacia ellos y disparo varias veces.  Es increíble lo amorosa que resulta la mujer.  Agarra los peluches contra su pecho y les da besos con una devoción infantil que me llega al corazón.  Él sonríe satisfecho.  El espectáculo es inenarrable. Decido dar el paso y les pregunto si me dejan hacerles un par de fotos con los peluches.  Enseguida aceptan.  Ella muestra orgullosa sus peluches, son su más preciado tesoro.
Nos explican que viven en la residencia que hay en la plaza de al lado, y que lamentablemente allí les roban los muñecos de vez en cuando.
Les prometo que el próximo día les llevaré alguno de los peluches que pululan por casa.  Sonríen agradecidos.

Al final se marchan, y al levantarse y justo antes de girarse para emprender el camino de vuelta ella nos mira a Amaia y a mi y dice la primera palabra que le escucho. “Adeu”.  Pero no es una palabra, es un regalo.  Porque el amor que lleva impreso cada una de esas cuatro letras hace que la vida valga la pena.
No sé si alguien más lo hará, pero cuando el tiempo siga su curso y tengan que abandonar este mundo, ya tienen una persona que les mantenga vivos en su pensamiento.

Dedicado a Amaia Ramírez, que me puso “sobre la pista” de esta hermosa historia y es partícipe de ella.
Y por supuesto dedicado a “ellos”, que lo único que tienen son sonrisas, porque nada más necesitan.

 

Juan Carlos Pascual

No hay comentarios:

Publicar un comentario