martes, 19 de junio de 2012

FELICES PARA SIEMPRE

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La princesa de cabellos dorados y ojos azules encontró a su esbelto y valiente príncipe azul, se casaron en una ceremonia épica, se fueron a morar en el castillo que el rey de aquellos parajes les otorgó en regalo de nupcias y fueron felices para siempre.
Pero la palabra “siempre” tiene fecha de caducidad en mis cuentos, así que la felicidad hallada por nuestros personajes se fue tornando poco a poco en una incómoda rutina hasta transformarse en cruel indiferencia.  El tiempo les fue mellando como una gota de agua que cae constante e imperecedera sobre la piel.  Dejaron de celebrar sus onomásticas y sus aniversarios.  Sus familias les visitaban pero en esas ocasiones el príncipe y la princesa eran actores que interpretaban a la perfección el papel de pareja feliz, con un guión que sabían de memoria pero que ninguno de los dos tomaba en serio.
El castillo dejó de ser un hogar para convertirse en algo semejante a una prisión, y el aire viciado que podía respirarse dentro fue carcomiendo sus órganos, su sensibilidad y su paciencia.
Los gritos no tardaron en surgir, agresiones verbales cada vez más agudas y frecuentes.
Sus sirvientes habían ido desfilando con el suceder de cada nuevo episodio violento, sin ser reemplazados.  Tan sólo les quedaba un ama de llaves que iba una vez por semana a intentar limpiar lo que ya no tenía arreglo.

El último día que la pobre mujer apareció por el castillo se encontró con un espectáculo digno de no ser visto.
La princesa yacía moribunda en sus aposentos, tendida a los pies de la cama, con el rostro congestionado e hinchado por los golpes y las muñecas cortadas manando abundante sangre.
El príncipe se limitaba a observar, permaneciendo de pie junto a la ventana que traía la claridad del día a la habitación.  Estaba desnudo y ensangrentado, y en su mano izquierda sujetaba una cuchilla teñida de rojo. 
Antes de que el ama de llaves pudiera siquiera pestañear, el antaño esbelto príncipe azul se seccionó la carótida con un movimiento rápido y preciso, no sin antes haberse asegurado de abrir la ventana para garantizar que caería al vacío. 
La hermosa princesa no tuvo tanta suerte y hubo de aguardar un rato más la ansiada muerte, sin fuerzas para moverse no pudo más que esperar que las hemorragias hicieran su efecto.
La desdichada sirvienta sufrió un breve colapso, y al despertar y recordar descendió los escalones que la llevasen a la salida del castillo.  Escapó de la opresión que había vivido en los instantes previos y pudo respirar aire puro cuando logró salir fuera.  No supo qué hacer y lo único que se le ocurrió es cerrar el portón de entrada a cal y canto y huir despavorida de allí.
Desde ese día nadie ha puesto un pie en aquel castillo maldito que convirtió el amor más puro en un engendro sediento de maldad.
La felicidad que tanto anhelaron tendrán que buscarla en existencias futuras.

 
Juan Carlos Pascual

2 comentarios:

  1. Me ha recordado a una versión más rápida y truculenta de cualquier relato de Zafón. Bravo.
    Yo, en cuanto sienta esa gota constante e impercedera en mi piel nuevamente, pondré los medios para no acabar como este par de dos y para que mi felicidad ni sea un acto ni caduque.

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    1. Gracias Susanita!!!
      Obviamente mi relato está exagerado, aunque tal vez no tanto como parece...
      La cosa es que el mundo y la vida son algo tan precioso que no merecen ser vilipendiados por oscuras truculencias.
      Te deseo la máxima felicidad :)

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