Fue la Tierra, la misma que había sostenido mis primeros pasos, la que nunca me dejó caer más allá de sus fronteras, la que me ensució de vida.
Ella misma fue la que me arrebató a sangre la inocencia, rasgándola de mi cuerpo para saciar su infertilidad, desnudándome como lo hace un violador de alegrías, desarraigando la ternura que una vez anidó en mi.
Juan Carlos Pascual
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