martes, 20 de noviembre de 2012

EL ELEMENTO HUMANO O “RETRATO DE LO INVISIBLE”

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Era una pareja de longeva edad, aunque si he de ser sincero y a riesgo de que me tachéis de loco, diré que según hablaba con ellos me parecían cada vez más jóvenes.  Les llamé la atención cuando me vieron agachado y con la cámara a ras de suelo y empezaron a preguntarme sobre lo que estaba haciendo.  Ya lo sé, mi proceder no es del todo usual, me gusta demasiado el suelo.
La cosa es que entablé conversación con ellos.  Me contaron que el caserón en el que moraban era ya demasiado grande para ellos, y que muchas de las horas de cada día las pasaban en el jardín, disfrutando la naturaleza que habían creado. 
No recuerdo bien si fui yo quien les pidió que posaran o fueron ellos los que demanaron una fotografía, pero da igual, todos sabemos que ese era el paso lógico de los acontecimientos. 
Se cogieron de la mano sentados en su banco, miraron sonrientes a mi cámara y yo apreté el botón del obturador.  A priori me encantó el resultado, era una foto muy espontánea con un grado elevadísimo de complicidad.  Cruzamos unas frases más y nos despedimos deseándonos lo mejor.  Me sentía dichoso por haber compartido un momento como ese con personas que me doblan la edad pero tienen dentro de sí infinidad de similitudes conmigo.
LLegué a casa cansado después de todo el día caminando y fotografiando, pero con la satisfacción de haber hecho lo que me llena.
Al día siguiente descargué las fotos al ordenador y las revisé una a una. Y llegué donde quería.  Allí estaba asomando el caserón, allí estaban las miles de hojas que el otoño esculpe sobre la tierra, allí estaba el banco de los ancianos, y allí estaba su ausencia.  Y eso era todo.
Al instante se me erizó la piel de todo el cuerpo, pero cuando pude ser consciente de la magnitud de mi encuentro con esos dos seres excepcionales me sentí rebosante de dicha.
Gracias pareja feliz, vuestro retrato queda a salvo conmigo.

 

Juan Carlos Pascual

martes, 13 de noviembre de 2012

QUIEBROS

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Fotografía de Isabel Talleda

Una vez fui una hoja verde cumplió su sueño de volar para ver las maravillas que el mundo me podía ofrecer.  Y así, en la travesía que comenzó al desprenderme de la rama que siempre me sostuvo pude disfrutar los manjares visuales que desfilaron ante mí.

Vi tejados bombardeados por las inclemencias del clima inestable cubiertos por nidos de cigüeñas viajeras.
Sobrevolé el abandono que asola toda clase de movimiento conquistándolo a base de dulces mentiras, así como nubes de cemento empeñadas en tapar un sol que se marchó tiempo ha, como un dios decepcionado con su propia creación.

Contemplé vueltas de tuerca pasadas de rosca y noviembres remanentes de tibieza, también sillas que reinan en los pasillos como héroes deprimidos que perdieron su esplendor tras humillantes derrotas.
Escuché los cuentos que trae consigo el viento, el mismo que me transportaba, hablando de caminos olvidados en tradiciones inconclusas y de espejos que no devuelven miradas si no neblinas cargadas de rencor.

Ruecas que sólo tejen en azabache, mensajes incomprensibles escritos a pluma sobre las piedras desahuciadas, semáforos teñidos de un rojo permanente, cenicientas de zapatos prietos que padecen de insomnio crónico.

Admiré a las estatuas de mármol que se lamentan por su inédita movilidad y se aferran al pedestal que las suspende en el aire contaminado.
Observé las paredes que lloran recuerdos ensangrentando su antigua firmeza, aquella que cobijó esperanzas de futuros prometedores y promesas que inevitablemente se demoraron eternamente.

Ecos de la voz de otros tiempos, como el gramófono que alguien olvidó desconectar y sigue sonando sin saber que sólo lo invisible atiende a sus canciones.

Y así morí, cayendo y retumbando sobre las ajadas baldosas que cubren el legendario suelo del palacio de los sueños de cristal quebrado.



Este texto está escrito con motivo de la magnífica exposición fotográfica “Quiebros” de mi gran amiga Isabel Talleda, que puede admirarse en la Agrupación Fotográfica de Montcada i Reixac durante el mes de noviembre de 2012.
Ella me pidió poner palabras a sus imágenes y este es el resultado.
Obviamente va dedicado a ella.

 

Juan Carlos Pascual

lunes, 5 de noviembre de 2012

ACARICIANDO EL HIELO

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Al nacer comprendió su objetivo vital.  Y al comprenderlo lo puso en marcha.  Sus manos tendrían que derretir los hielos que amurallan a los seres humanos.  Sin violencia, sin angustia, armada tan sólo de sus manos vacías de artificios pero rebosantes de calor, y sabiendo que el tiempo sería a la vez su aliado y su enemigo.  Paciencia.
Lustros pasaron y ella seguía con las manos rozando el frío, derritiéndolo a base de ínfimas caricias plenas de amor.
Poco a poco el muro se va haciendo más estrecho y ya se pueden ver colores desenfocados al otro lado.
Las tempestades la rodean, las noches la acompañan, el silencio es la melodía que sus hermosos oídos paladean, la soledad es su amiga más preciada.

Y ella, impertérrita, inmune a la dolorosa periferia, centrada en su único objetivo.
Ya falta menos, mi amor.

 

Juan Carlos Pascual