domingo, 29 de julio de 2012

Los ángeles también mudan

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Dicen que existen ángeles conviviendo con nosotros.
Y dicen que son invisibles, aunque yo sé que no lo son.  Es nuestra mirada repleta de límites la que les otorga esa supuesta invisibilidad.  La velocidad del mundo moderno y la falsa introspección evitan que veamos lo que tenemos delante de nuestros ojos.
¿Que por qué lo se?  Porque conozco a varios de ellos.

En estos días en que el calor aprieta y las noches asfixian, las calles de la ciudad están repletas de plumas de diversos pájaros urbanos que necesitan mudar su recubrimiento.  Pocos se dan cuenta, pero es algo evidente. Salid fuera, salid y mirad.  Y fijaos bien porque encontraréis otro tipo de plumas. 
Son plumas que no se degradan con el paso del tiempo, si no que se transforman en oxígeno reparador.  Plumas suavemente rugosas que al tacto ofrecen una historia diferente, de amor compartido y buenas obras.  Cada una de ellas contiene impreso en su adn un relato que hizo feliz a alguien.

Porque efectivamente, los ángeles existen a nuestro lado, seres “celesterrenales” cuya existencia se rige por la ayuda desinteresada a quien lo necesita.  Su sangre fluye porque el amor la mueve, su mirada es limpia como un mar sin fondo o un cielo sin nubes, y sus alas magníficas capaces de surcar el infinito reduciéndolo a un microsegundo también necesitan ser mudadas, para renovar con cada una de sus plumas el aire que mueven y les hace respirar.

Cuando salgáis a dar un paseo cerrad los ojos un momento, haced un par de respiraciones profundas y conscientes y volved a abrirlos lentamente.
Ahora mirad y sorprendeos.

 

Juan Carlos Pascual

martes, 24 de julio de 2012

Escapatorias difusas

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Subí la escalera para poder escapar por la ventana que traslucía el único punto de luz que vi en mi vida.  Uno tras otro fui dejando atrás cada escalón de madera.  Finalmente llegué a mi destino.  Conseguí abrir la ventana y salir, pero lo único que logré es caer a un vacío de cemento azabache.

 

Juan Carlos Pascual

domingo, 8 de julio de 2012

EL ATORMENTADO HALLAZGO DEL PARAGUAS QUE SE DEJÓ MORIR

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Fue feliz un tiempo atrás, en la Barcelona tormentosa y cambiante de hace décadas.  En cuanto la primera gota caía desde el cielo garantizando horas de lluvia, sentía cómo por sus varas de alambre la emoción se extendía cada vez más veloz.  Y cuando notaba que su dueño se pertrechaba para salir a la calle y antes de abrir la puerta le alzaba con firmeza para llevarlo con él, sus ojos que no existían se abrían de par en par al mundo y a la felicidad.  Sentirse empapado por la llovizna era su razón de ser, y en esos momentos nada más existía.  Era un éxtasis, un orgasmo contínuo, la iluminación de un ser inerte.
Pero las lluvias se fueron espaciando de un tiempo a esta parte, hasta dejar meses enteros de por medio.   Su vida inmóvil dejó de tener sentido alguno, y poco a poco se fue sumiendo en un vacío interior que le fue mellando y deteriorando.
Y un día llegó lo inevitable.  Su dueño, con quien tantas tardes había compartido, se deshizo cruelmente de él, dejándolo en la intemperie. 
El pobre paraguas no pudo más que dejarse morir, no tanto de asfixia ni por falta de agua como por la desazón y la pesadumbre que le infligían un dolor insoportable. 

Su historia me la contó ya muerto, cuando lo encontré, y lo único que pude hacer por él es captar en una eterna instantánea su triste historia.

 

Juan Carlos Pascual